La inmensidad del desierto patagónico se extiende casi anodino bajo un azul impecable a unos 40 kilómetros al oeste de Puerto Deseado, hasta que el camino de tierra pasa unas suaves lomas y termina en un abrupto y ancho cañón rojizo de cientos de metros de altura, con un hilo de agua que serpentea en su fondo amarillento: Son los Miradores de Darwin.
Los promontorios que se elevan a unos 42 kilómetros de esa comuna de la costa norte de Santa Cruz, donde la ría se convierte en río Deseado, brindan unas vistas inigualables panorámicas del cañón.
Desde la altura, la quietud y un silencio primordial semejan un mundo en formación, una vuelta al Génesis todavía sin presencia humana, en el que el visitante puede sentirse como un invasor de ese lugar detenido en los tiempos geológicos.
El científico inglés llegó a ese sitio en 1833, a bordo del Beagle, tras remontar la ría Deseado y entrar al agua dulce del río, un circuito que hoy se hace en botes semirígidos, más un trecho de caminata de baja dificultad.
Se puede llegar a los miradores por el agua, en una excursión náutica de siete horas en total, o por tierra, en cuatro horas ida y vuelta. La segunda opción implica pasar a través de la estancia La Aurora, a 70 km de Puerto Deseado; en el trayecto se pueden ver guanacos, choiques, piches y otros ejemplares de la fauna patagónica. Como la estancia es propiedad privada y es imprescindible pedir permiso, se recomienda contratar una excursión guiada en la ciudad.