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Fiesta del Tinkunaco


Cada 31 de Diciembre desde temprano, en la capital riojana llega la gente que se moviliza para celebrar el tradicional Tinkunaco. El motivo que los mueve, es el de participar en la celebración religiosa de más antigua data, de mayor significado y a la vez llena de colorido, donde se muestra la huella candente de un pasado colonial con herencia indígena.

El Tinkunaco o Encuentro rememora un hecho histórico, un conflicto de carácter socio-político entre españoles y diaguitas, en el que el aspecto religioso, contribuyó para que se resolviera pacíficamente.
Para comprender esta festividad, se hace necesario retroceder en las páginas de la historia, hasta la época previa a la conquista. Por aquellos tiempos ya existían asentamientos indígenas en lo que hoy es la ciudad de La rioja, y zonas aledañas. Todos integraban la región “diaguita” del noroeste argentino, y éste a su vez formaba parte del gran Imperio Incaico. Los diaguitas eran los dueños de la tierra, a la que habían llegado unos 1.500 años antes. Tenían su propia cultura, estaban organizados socialmente, eran agricultores y hábiles artesanos.
De pronto se presenta don Juan Ramírez de Velasco y funda la Ciudad de Todos los Santos de la Nueva Rioja, el 20 de Mayo de 1591. No compró la tierra ni pidió permiso para ocuparla; simplemente se apoderó de ella y la repartió entre los españoles que lo acompañaban. Lo mismo hizo con los nativos, que pasaron a ser esclavos.
Durante tres años soportaron la situación hasta que, agobiados por los sufrimientos, decidieron organizarse para expulsar al invasor. Nueve mil guerreros comandados por 45 caciques y un jefe estaban dispuestos a destruir la ciudad. Es entonces cuando el sacerdote Francisco Solano sale al encuentro, con una imagen del Niño Dios, e interpretando en su violín suaves melodías, aquieta los ánimos de modo tal que finalmente aceptan dialogar.
En la entrevista, los diaguitas aprueban la propuesta de paz basada en dos condiciones: que renunciara el Alcalde, autoridad política cuya forma de gobernar no toleraban y que fuese designado el Niño Dios para que reemplace a este. Porque los nativos, habían aprendido que el Niño Jesús los amaba y por tanto los trataría con bondad.
Lo pactado debía concretarse en un día y lugar determinado. Se eligió el 31 de Diciembre, porque en esa fecha se producía el cambio de autoridades en la América Hispana, en las ciudades que carecían de virrey. El lugar es frente a la Casa de Gobierno, porque el reclamo es de carácter político. Lo que exigían los diaguitas era el cambio de alcalde, la autoridad gobernante.
El Tinkunaco tiene como protagonistas, a dos procesiones, que partiendo de lugares diferentes se dirigen a un solo destino, la Casa de Gobierno, ubicada frente a la Plaza 25 de Mayo. Allí deben encontrarse cuando el reloj de la Catedral indique que son las doce en punto del mediodía.
La ceremonia comienza en el preciso instante en que los acordes de la Banda de Música de la Policía de la Provincia, anuncia que la imagen del patrono de La Rioja, San Nicolás de Bari, sale de la Iglesia Catedral, transportada por los “alféreces”. Estos representan a los españoles de los primeros años de la Conquista, los señores feudales, luciendo los distintivos que los identifica.
Sobre su ropa civil, visten una banda que les cruza en diagonal el pecho y lleva flores bordadas, encajes y lentejuelas. Cada uno porta una “bandera”, cuya lanza de unos dos metros, culmina en una cruz plateada. El paño es de vivo color y va replegado, formando cinco globos forrados en tul, adornados con largas cintas de seda de variados colores.
Mientras tanto, desde la Iglesia de San Francisco, cien metros al norte de la plaza, sale la otra imagen. Tiene la apariencia de una criatura de unos ocho años, de carita redonda, mejillas rosadas, ojos azules, largos rizos dorados que caen por la espalda. Viste una larga capa de terciopelo negro vistosamente adornado con bordados dorados. En su cabeza lleva un curioso sombrero con plumas y en su mano derecha sostiene un bastón de mando, semejante al que usaban los Alcaldes españoles. Se trata del Niño Jesús, al que todos conocen como el Niño Alcalde.
Quienes lo conducen son los “Allis” palabra quichua que significa “victoria”, “grito de triunfo”. Representan al elemento nativo, los diaguitas, a quienes lidera el “Inca”. Calzan “ushutas”. (ojotas, sandalias de cuero) y sobre sus ropas comunes, llevan un escapulario que les cubre pecho y espalda, adornado con espejitos y cintas de colores. En su cabeza lucen una vincha, adornada con cintas y un espejo en su frente. El Inca se identifica por el arco de globos de tela forrados en tul, con cintas de color, que dos “allis” sostienen sobre su cabeza, mientras el golpea acompasadamente una caja, con la que acompaña el canto litúrgico tradicional, en el que se entremezclan palabras quichuas y españolas. Es el “canto de los allis” que así comienza:“Año Nuevo Pacari Niño Jesús Canchari. No se conoce su origen con precisión. Pero algunos investigadores creen que habría sido un himno a “Inti”, el Dios Sol de los Incas, adaptado luego a esta fiesta.
Las dos procesiones avanzan simultáneamente hasta encontrarse, frente a la Casa de Gobierno, en cuya vereda están ubicadas las principales autoridades provinciales y municipales. Ante una señal, todos los presentes, incluidos San Nicolás, se arrodillan tres veces delante del Niño Alcalde, en señal de sumisión ante quien está a punto de asumir como nueva autoridad gubernamental.
Este acto, significa que todos son iguales, que no caben las diferencias entre españoles y nativos. Un momento de gran expectativa y pleno de simbolismo es cuando el jefe de los “allis”, el Inca, en representación del Niño Alcalde, recibe de manos del Intendente la llave de la Ciudad, en señal de entrega del mando.
El 3 de Enero, cuando culmina la fiesta, el Niño Alcalde retribuye el gesto del Intendente, al entregarle un ejemplar de la Sagrada Biblia, como diciéndole: “Según esta Ley queremos ser gobernados”. Como si realmente se hubiese producido un cambio de autoridades, ya sobre el final del Tinkunaco, todos los presentes se abrazan alborozados. Miles de pañuelos se agitan en el aire acompañando al Niño Alcalde que junto con la imagen del Santo Patrono, ingresan a la Catedral.
Las celebraciones continúan al día siguiente, 1º de Enero, con la procesión que recorre las calles céntricas. El 2 de Enero es el Día de los Promesantes y el 3 se produce el “Despedimiento” del Niño Alcalde que regresa a la Iglesia de San Francisco.

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